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"Mira,

       ASÍ SE MUERE"                      

Por Karla Martínez

¡Te odio! Aún no era el momento. ¿Por qué lo haces? Qué tonta fui, pensé que eras mi amiga. Fingiste que estarías aquí para cuidarme, no para esto”.

 

Con ese último grito se le quebraron las raíces de la vida a Gabrielle: su querida amiga la había traicionado. Su relación comenzó desde que ella tenía 6 años. Hoy, eso se había fundido con el calor que irradiaban los gritos de bilis y las lágrimas al viento.

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El cuarto del hotel Ritz imploraba perdón. Las paredes pálidas absorbían los pocos destellos de felicidad que se colaban entre todo. Sus bocetos se acartonaron en segundos. Las ventanas de piedra tallaban el ambiente podrido que se palpaba con las yemas de los dedos. Gabrielle se postró en su trono acolchado. A pesar de su grandeza por la fama, se hizo pequeña.

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“¿Por qué?”, suspiró a su oído mientras sus brazos trataron de alcanzar su alma en pena. La traición de su amiga era explicable pero no aceptable. Sabía que algún día ocurriría aunque no tan pronto. Gabrielle parecía un bulto. Su respiración se entrecortó, se deshacía por dentro por jalar una bocanada de aire que no podría llenar sus pulmones.

Foto: Polyvore.com

 

“Hace más de 81 años nos vimos por primera vez”, murmuró. Sus recuerdos, como canicas, empezaron a rebotar en su cabeza.

 

“Desde el primer instante hubo una apegada conexión como si hubiera estado predestinado que nos conociéramos o como si me hubieras encontrado, aún sin pedirte que lo hicieras. Apareciste junto con la bronquitis, sin decir nada. Te vi fijamente en el reflejo de los ojos canela de mi madre. Te robaste su mirada en un respiro. Desde ese momento ibas a la par de mis pasos”.  

 

Las puntadas de la libertad y los trazos de la independencia diseñaron el vestido del atrevimiento para abandonar aquel lugar. Gabrielle, no podía permanecer más allí, pues siempre sentía frío pese a que se arropara. El frío provenía de su interior. Con tantas pérdidas el sufrimiento había perforado su piel y no existía consuelo que la calentara.  

 

“Después de la muerte de mi madre, mi padre me dejó a la suerte en aquel orfanato bajo el manto de las monjas. Ese juguete tinto que bombea dentro de mi pecho se detuvo unos instantes por tan fúnebre abandono. Los siguientes seis años el palpitar intermitente se sincronizó con el vaivén de mi mano que tenía a la aguja y al hilo como acompañantes. Las señoras con sus túnicas sombra se encargaron de enseñarme a coser.”

 

El boceto oscuro de la vida de Gabrielle comenzó a entintarse de dorado. Después del escape de esa jaula de concreto y cemento, su habilidad con el bordado la llevó a ser dependienta de una mercería y, por las noches, a cantar en un bar para alegrar a los militares.

 

El llamado en eco de la “Petite Coco” para salir al escenario era enérgico. Los hombres enfundados en telas olivo cansados del trabajo pero sedientos por el espectáculo aparecían cada noche para ver actuar a Gabrielle ‘Coco’ Chanel. Las acciones de esas veladas trajeron efectos repentinos en su vida, que hubiera querido descocer o parchar para enmendar el error.

 

“Tú que fuiste mi amiga en aquellos días de tempestad, donde después del aborto todo se volvió sombrío para mí. Tú me detuviste cuando quise regalar mi vida. Caminé abrigada por la noche lo más lejos de casa y aún no sé de dónde saliste o cómo apareciste en ese cruce de adrenalina y cobardía, en esa intersección de sentimientos encontrados. Me frenaste antes de que las luces me cegaran y me arrollaran los carros. Así te volví a ver.

 

“Tu custodia hacia mí siempre fue leal y transparente. Día y noche cuidabas mis pasos, aciertos y errores. Si era así ¿por qué en esta ocasión me fallaste? ¿Por qué me traicionaste?”. Esas palabras brincaron de su sofá y se imprimieron de raíz en las cuatro paredes, grabadas con la mezcla más impura de sentimientos.

 

Coco Chanel aventó su ira como agujas en el telar y ahora su boceto era el viento que rebotaba en ese cuarto. “Fuimos tan cercanas que ahora  no sé cómo perdonarte. Sólo te agradezco que no fue tan agresiva tu llegada. Tu calma arropó la artritis que aprisionaba mis manos pero que jamás soltaron los alfileres”.

 

La semana había iniciado con esplendor. Los últimos detalles de la colección de primavera estaban listos para la pasarela. Esa mañana Gabrielle salió a dar un largo paseo junto con una de sus amigas, Claude Baillen. Ese día fue la última vez que el sol les compartió un poco de sus rayos. Destellos que duraron pocas horas pues el aire húmedo anunciaba la llegada de un aguacero. Todo colapsó.

 

Coco, agotada de aquella caminata se postró en el trono de resortes, plumas de ganso y colchas vainilla. Llamó a su ama de llaves para que le trajera un cigarrillo, pequeño antojo antes de dormir. Ella acudió al llamado para recibir lo peor. Chanel, con su rostro como plástico, estiró su mano marchita para alcanzar su vicio. En ese movimiento percibió la fuerza de 87 años. Su mano rozó la mejilla tibia de la ama de llaves y su brazo cayó inerte.

 

Un ataque fulminante lo había ocasionado. Y sin más allí estaba ella. “Allí estabas tú, reposando junto a mí. Los gritos de desesperación por parte de los sirvientes para que reaccionara taparon mis oídos. El nerviosismo los detuvo, así como tú detuviste mi corazón. ¡No lo hagas! Aún no es momento de partir. Tengo a muchas mujeres por vestir. ¿Por qué lo haces? ¡Te odio!

 

“Te paraste junto a mí. Susurraste a mi oído, a manera de confesión, y dejaste de presión mi pecho. Tú, querida amiga, danzaste a mi alrededor mientras impregnabas de compasión el lugar. Seguiste tu movimiento, pusiste tu mano sobre mi frente. Me hablaste con una voz melodiosa y jale aire, como queriendo decir adiós.”

 

El traje femenino, el punto en los tejidos, las faldas plisadas estilo marinero, el pequeño vestido negro, el zapato con tacón bajo, el perfume no. 5… todos esos regalos que dio en vida se diluyeron con sus lágrimas. 

 

“Aferrada a la vida accedí. Tu cobijo transparente me desprendió de aquel sofá, me despegó de cualquier atadura. Era el momento. Me convenciste para irme entre tus brazos. Jalé el último aire y murmuré: mira, así se muere.”

Fotos: lujoexclusivo.net

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